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Casos sobre problemas de Convivencia escolar

Casos sobre problemas de Convivencia escolar

En este caso, se trata de comentar casos que conozcáis relacionados con problemas de covivencia escolar. Si habéis participado directa o indirectamente en la prevención o en la intervención ante este tipo de problemas, también sería útil que compartiéráis cómo lo habéis hecho, lo que os ha resultado eficaz y lo que no para mejorar esa convivencia escolar.

¡Muchas gracias!

Ánimo!

10 comentarios

Norberto Domínguez -

Hola!

Yo hace no mucho me vi inmerso, con mi curso, en una situación que requería de una pronta solución: una serie de conductas inapropiadas por parte de un alumno me condujeron a tener que tomar medidas eficaces.

Dialogué y dialogué con él, al igual que su familia, pero el comportamiento se mantenía. No debemos olvidar que se trata de alumnos/as con 7 años.

En vista de que no cambiaba para nada su actitud, se me ocurrió una fórmula que, de momento, está saliéndome de lujo: se trataba simplemente de que comprendiera, en primer lugar, qué son las buenas acciones (entendidas como hacer algo bueno por los demás). Partiendo de esta base, le dije que para que pudiera volver a confiar en él, me tenía que demostrar a diario, con una buena acción, que si lo podía hacer.

Desde luego, os aseguro que estoy muy muy satisfecho de esa fugaz ocurrencia, puesto que la relación con el resto de compañeros ha mejorado considerablemente y, aparte, el niño no ha vuelto a llevar a cabo ningún acto de mala conducta. Esperemos que siga así.

Un saludo.

Silvia Serrano -

En los últimos años he trabajo en institutos de educación secundaria como profesora de Servicios a la Comunidad, por lo que la “convivencia” ha sido el eje central de la mayor parte de mi trabajo. La mayoría de casos llegaban al dpto. de orientación porque existía un conflicto, bien entre el alumnado o entre profesorado y alumnado. La base de la mayoría de los problemas se basaba en la falta de comunicación, bien porque los alumn@s no tenían estrategias de diálogo eficaz, y en el caso de profesorado porque surgía la negativa a dialogar con el alumnado (pensando que perdían su “autoridad” si se ponían en un situación de “igual a igual”). No voy a contar ningún caso concreto como ha hecho Patricia (por cierto… menudos juegos estoy descubriendo en este máster “La asfixia” y “El esclavo”), pero sí mencionar una iniciativa denominada “Círculos de Convivencia” cuyos contenidos voy a subir al foro de Miscelánea por si a alguien le interesa. Consiste en un modelo de gestión de la convivencia que sean los propios alumnos los que participen activamente en la convivencia del centro y por tanto que también se responsabilicen (colaborando en la elaboración del RRI así como en las consecuencias de su incumplimiento, parece inverosímil ¿verdad?). Posteriormente se establecen equipos de Mediación y Tratamiento de Conflictos (EMTC) por cada nivel educativo, para establecer protocolos de detección y pautas de intervención. Esta idea tan abstracta se concreta en el acogimiento del alumnado inmigrante, las entrevistas individuales en caso de conflicto, la mediación entre alumnos ejercida por otros alumnos, observar y denunciar casos de acoso, reuniones semanales para valorar el clima del centro y un diario donde se recogen los conflictos y las actuaciones que se han tomado ….
Me parece un tema apasionante, de hecho va a ser mi tema para el TFM sobre Mediación, ejjeje.

Patricia Mackay Alvarado -

EL JUEGO DEL ESCLAVO:
Lo que puede implicar “un simple juego”

Recuerdo que en mis dos primeras semanas como profesora de educación media en la asignatura de Ciencias Naturales, me llamaba la atención el acercamiento brusco de uno de los chicos hacia sus compañeros, principalmente en el momento del recreo. Y más aún me sorprendía que los profesores con mayor permanencia en el instituto tomaron como normal y hasta les hacía gracia aquello. Adjudicando la observación a mi condición de novata en la enseñanza media.
Este muchacho prácticamente se montaba en la espalda de otro chico, le gritaba “arre arre” y le daba órdenes “llévame al baño” “bájame a la glorieta” “llévame a la clase” y cuando el chico en turno se resistía o se negaba a continuar cargándole le decía –acordarte que perdiste el reto y ahora sos mi esclavo por un día.
Un día, el maltrato me pareció que había subido de tono, además de cargarle, le gritaba improperios y frases humillantes a un chico físicamente más pequeño y delgado. Un tanto airada le llamé la atención y le invité a dejar el maltrato a su compañero que visiblemente se encontraba en desventaja. El contestó que no me metiera, que solo era un juego, el juego del esclavo, y que él no tenía la culpa de que su compañero fuera un inútil que siempre perdía los retos. Le bajé de la espalda del chico, los separé, e invite a una disculpa, que se dio pero del diente al labio.
Por separado les llame varias veces a que me explicara en que consistía este juego, y a que me contaran más sobre ellos para conocerles más, y recopilé mucha información:
• El juego era violento en todo sentido, físicamente y psicológicamente.
• El chico más grande era el proponente de los retos, los cuales en un 90% era retos físicos que los otros chicos siempre perdían.
• El chico grande venía de un hogar disfuncional, su madre les había abandonado a él y a tres hermanos varones, dejándolos con un padre alcohólico, y causa de violencia doméstica repetida.
• El chico más grande, en casa era el menor, y aprendió el disque juego de sus hermanos mayores con los cuales él siempre perdía.
• El chico que mayormente perdía los retos, y quedaba de esclavo por un día, era hijo único de madre adolescente soltera, lo cuidaba una abuela enferma que le consentía, porque su madre trabajaba todo el día fuera de casa.
• Los chicos que perdían los retos tenían buen rendimiento académico, el chico grande tenía incluso problemas para leer de corrido con 14 años de edad cronológica, tenía historial de repetir tercer grado.
• Uno de los hermanos mayores del chico grande estaba relacionado con un pandilla juvenil del barrio, y este hecho intimidaba a sus compañeros.
En mi inexperiencia de esos días tomé algunas acciones:
• Informé al consejero del instituto, el cual reconoció que este juego del esclavo era algo más que un juego. Y ofreció todo su apoyo.
• Conversamos con los chicos en el salón de la diferencia entre maltratar y jugar, y sobre como se respetaban mutuamente los participantes de un juego.
• Sugerí a los chicos más pequeños que si dada la imperante necesidad de involucrarse en uno de esos retos seleccionaran aquellos como una partida de ajedrez, trivias sobre football, y que el premio recibido no fuese ser esclavo.
• Conversamos en el aula sobre la esclavitud, y de los derechos universales del hombre., del valor del respeto y la comunicación cordial. Los mismos chicos llegaron a la conclusión de que hasta el nombre del juego era ofensivo.
• Conversamos en el salón de clases sobre lo dañino de los apodos.
• Montamos con el profesor de estudios sociales y la maestra de educación cívica una pequeña obra de teatro donde se exaltaba a la comunicación respetuosa, el respeto por las normas de los juegos y el rechazo por la esclavitud.

Resultados:
• El juego del esclavo desapareció al menos del salón de clases del primer curso de ciclo común.
• Comenzaron a llamare por sus nombres, aunque no se logró eliminar por completo el uso de los apodos.
• Los chicos proponían juegos nuevos.
• Y el padre del chico grande llegó por primera vez al colegio, para reclamar que estábamos convirtiendo a su hijo en gay, porque ahora se la pasaba hablando de respeto, caballerosidad, y de no pelear. Y que para terminar de rematar lo hacíamos actuar.

Definitivamente, hoy día todos los involucrados lo hubiésemos visto de manera diferente y por ende la intervención sería diferente con la identificación de cada conducta, de factores de riesgo, de factores detonadores, la palabra violencia hubiese sonado más, hubiesemos realizado detección precoz y como producto entre profesores:el diseño y ejecución de un plan de convivencia.

Teresa Peñafiel Rodriguez -

Hola a todos/as:
Apoyo el comentario aportado por mi compañera Marisa pues ambas vivimos el problema de convivencia escolar, ella como tutora y profesora y yo como profesora de Matemáticas del alumno en cuestión.
La llegada del alumno alteró enormemente la convivencia escolar del grupo y entre el profesorado empezó a aumentar el nerviosismo pues diariamente nos sometia a una situación de acoso y derribo. Nos veiamos perseguidos por las dependencias del centro: pasillos, patios.... pues el alumno dedicaba los recreos a buscarnos para pedir explicaciones de todo y por todo en plan soberbio, prepotente e incluso amenazante.
El fondo del problema estaba en la familia pues la conducta del alumno era apoyada por su padre, el cual culpaba al profesorado y al centro de los problemas de conducta de su hijo negándose a reconocer lo que tenía dentro de casa. Diariamente viviamos bajo la amenaza de la denuncia pues ya en el centro anterior, el padre denunció al centro y creemos que el caso, incluso llegó a manos del defensor del menor. Como muy bien dice mi compañera, sólo a final de curso y ante una falta de respeto del alumno hacia el director del centro, su padre reconoció que el tema se le había escapado de las manos y que colaboraría con el centro y el profesorado en las medidas que se plantearan.
Hay que reconocer que en muchos casos, el problema no son los alumnos sino los padres.
Saludos.

María Luisa Jiménez Medina -

Hola a todos y todas

El año pasado fuí tutora de un 2º ESO. Era un grupo de 30 alumnos, muy habladores, con problemas de disciplina puntuales y con un rendimiento académico regular-malo. El 30% eran alumnos repetidores, y les daba igual esforzarse, porque por imperativo legal, aprobaran o no, pasaban al siguiente curso. Además en él había también 5 alumnos con necesidades educativas especiales, a los que les costaba mucho seguir el ritmo de las materias en las que no recibían apoyo, como la mía, por muchas adaptaciones que planteáramos. Entre otras cosas, porque es difícil dar una atención individualizada a 5 niños en 1 hora de clase, con 25 más, a los que no puedes quitar ojo.
El panorama no era muy alentador, pero más o menos se había logrado crear un clima de trabajo aceptable.
Sin embargo a mediados de Febrero, se incorporó al grupo, un nuevo alumno. Éste venía de otro centro, donde al parecer había sido víctima de acoso, y el padre había denunciado a toda la comunidad educativa de dicho centro, por no haber podido impedir dicha situación.
En las primeras semanas todo parecía en orden, pero pronto empezaron los problemas. El chico nos perseguía a todos los profesores por los pasillos, el patio, por donde nos viera, y nos pedía explicaciones de sus notas, diciéndonos que no podíamos suspenderlo. A mi como tutora, me buscaba a cada momento, para decirme que un compañero le había dicho no sé qué, que otro no se cuánto, que todos estaban en contra de él.
Todos lo días surgía algún problema de convivencia con el chico y el resto del grupo, al que yo intentaba buscar solución, con el diálogo y la comunicación. Solía hablar con los afectados de forma individual, me solía quedar muchos recreos con ellos, en el aula de convivencia, dándoles múltiples consejos, pero la cosa mejoraba sólo durante un par de días. Los problemas de disciplina iban cada vez a más. Los compañeros decían que era el quién provocaba la bronca, y el meterse en líos,…, y así resulto ser. Un día provocó a uno de los chicos con necesidades educativas especiales, y se produjo una fuerte pelea, que requirió la intervención del equipo directivo y la posterior expulsión de ambos alumnos.
La directiva se implicó muchísimo en el tema, y cuando el padre venía a hablar conmigo, la orientadora y el jefe de estudios también participaban en esa reunión. La madre vino en una ocasión, pero se derrumbó. Era un matrimonio acomodado, de unos 50 años, con estudios superiores, que al no poder tener familia, decidieron adoptar dos chicos de un orfanato de Rumania, con 8 u 9 años, o quizás más, porque ambos tenían una constitución física, que aparentaba más de 14 años.
¿Qué infancia pudieron tener estos niños? Ninguno de los chicos estaba emocionalmente equilibrado, el hermano padecía déficit de atención con hiperactividad y él no se sabía. Sólo la orientadora (era información confidencial) sabía qué trastorno padecía este chico, pero al parecer algo grave que no se estaba tratando de la mejor forma.
Casi al final de curso, cuando poco se podía hacer, el padre reconoció que no estaba actuando de la mejor manera con su hijo, y que nos ayudaría en todo lo que propusiésemos, porque veía que el asunto se le escapaba de sus manos.
Este año me cambiaron a otro centro, y no he podido saber si este chico seguirá allí y cómo seguirá este curso, pero lo recuerdo con frecuencia.

Un saludo

Ignacio Macias Ruiz -

Buenas tardes a todos/as, el caso que os quiero exponer es curioso en el sentido de que no es lo que se pudiera esperar de un ambiente en el que existen algunos alumnos/as con origenes y culturas diversas, o seá, el caso que yo he vivido durante años en mi experiencia como profesor técnico de formación profesional: Resulta que la aceptación de alumnado con algun tipo de diferencia social y cultural ha sido muy positiva en el aspecto de integración y convivencia, ha sido respetuoso y afectivo hacia este tipo de alumnado por parte del la mayoria de los compañeros y profesores durante estos cursos atras; Ahora bien, siempre hay excepciones en que quines crean los problemas no son los que se esperan ( o sea, inmigrantes con diversidad cultural, y social u otro alumnos marginaloes), mas bien han sido los alumnos y profesores mas integrados en el sistema y en entorno de trabajo los que han creado el ambiente de tensión por no querer verse superados por otros compañeros o alumnos. Se preocupan mucho de su ego y por su forma de percibir la profesión (machista, discriminatoria hacia los extrangeros y hacia alumnado femenino, tambien a profesoras, y profesores de distinta cultura y procedencia). En resumen quiero hacer notar que los que más han establecido las diferencias y los rechazos sociales y profesionales son los mas apegados a su entorno y mas protegidos por su condición de ambiciosos.

LÍDIA ARROYO -

Me gustaría compartir con vosotros mi experiencia en prevención de conflictos en el aula.
Para empezar me gustaría resaltar y remarcar que los problemas que se pueden originar en un Instituto difieren bastante de aquellos conflictos de convivencia que se pueden gestar en un centro o en una aula de Primaria. No obstante, existen una serie de premisas que considero que pueden ayudar en todos los casos a prevenir y gestionar el conflicto en el caso de que este se produzca.
Para empezar es indispensable y a la vez incompatible con la docencia no poseer una buena dosis de empatía. Debemos intentar entender a nuestros alumnos, ponernos en su lugar e incluso recordar a pesar de la distancia cómo eran nuestras acciones o nuestros pensamientos a su edad.
Es aconsejable aprendernos sus nombres lo antes posible al inicio de curso. Esta simple práctica ya nos permite crear un clima de confianza y cercanía desde el inicio.
También resulta muy positivo esperar a nuestros alumnos en la puerta de clase cada mañana o cada tarde, mientras ellos llegan por el pasillo dirigiéndose al aula. Por una parte, nuestra posición permite detectar algunos conflictos que se gestan o se desarrollan antes de entrar en el aula, sobre todo en los Institutos de Secundaria, y por otro lado nos permite saludar con un – Buenos días, Irene o Qué tal Sergio?, a nuestros alumnos, de forma individual, dedicándoles esos escasos dos segundos de nuestro tiempo, pero creando un clima de bienestar desde el inicio de la jornada.
Nada más entrar en el aula siempre espero a que se cree el silencio y les saludo con un –Buenos días y a ser posible con una sonrisa. Los primeros días, y más si no me conocen la mayoría no están acostumbrados a este gesto, pero al cabo de unas semanas ya son ellos mismos los que me saludan con el - Buenos días.
Es increíble cómo se han ido perdiendo las buenas maneras.
Además intento hacer algún comentario que permita una pequeña interacción con el grupo antes de iniciar las clases. Preguntarles por el partido de fútbol disputado el día anterior suele ser bastante efectivo o por su serie favorita.
Al finalizar la jornada si el tiempo lo permite, solemos dedicar los últimos cinco minutos a jugar en grupo a juegos como el teléfono o la corriente. Estos pocos minutos unen al grupo y consiguen crear un clima de tranquilidad y felicidad en el aula a la vez que permite acercarnos a nuestros alumnos al compartir una actividad con ellos.
En mi práctica docente el espacio reservado a la tutoría tiene mucha importancia. Desde hace dos cursos incorporo a la tutoría la educación emocional y realmente estoy muy satisfecha con los resultados que se derivan de la misma ya que ha permitido a los alumnos conocerse mejor, conocer sus posibilidades, aumentar su autoestima y respetar y valorar la diferencia. A parte de las actividades programadas por mí de forma sistemática para cada semana los alumnos tienen la posibilidad de proponer algún tema que les preocupe o interese. Con ése fin tenemos un papel colgado en una de las paredes en el que cada alumno propone el tema a tratar esa semana si lo considera necesario. I en el caso de que se presente el conflicto intentamos resolverlo en ese mismo instante.
En resumen, el clima que seamos capaces de crear en el aula actúa de factor de protección de determinadas conductas.

Ana Carrasco -

En mi actual instituto existe la figura del mediador escolar. Se trata de un profesor que se encarga de resolver los conflictos que puedan surgir en el centro. La experiencia está siendo muy buena. El número de conflictos en el centro se ha visto reducido desde que existe el mediador y el aula de convivencia. Además, este año se está implantando la figura de los mediadores alumnos/as para resolver conflictos en el aula. Se está empezando por 1º de la ESO, los alumnos/as de estos grupos, interesados en ser mediadores, se están formando con el objetivo de mejorar la convivencia del centro. Por otra parte, la implicación de las familias es muy buena en estos temas relacionados con la convivencia.

Verdaderamente el clima escolar de mi centro es bastante aceptable, apenas existen alumnos/as problemáticos.

Por último, coincido con Pascual con la idea de que enseñar a convivir aunque no es sencillo, es algo muy necesario.

Pascual José Fernández -

Creo que la convivencia supone siempre un reto, entendido desde la perspectiva de la mejora como personas, que crecen con las aportaciones plurales. Se trataría de crear espacios de diálogo, en los que aprender unos de otros, siendo el respeto al prójimo, la base de toda interacción social.

La convivencia escolar, una tarea compleja, que debería ser posible llevarla a cabo con éxito.

Enseñar a convivir no es sencillo, pero sí necesario.

Vicente Esbrí -

La cultura de la diversidad, el discurso de la convivencia escolar es la cultura de la cooperación, de la solidaridad, de estar uno junto al otro…, en definitiva todo lo contrario a la competitividad de unos contra otros al estilo suma cero. Cabría preguntarnos lo que en realidad estamos haciendo acerca del mundo que estamos viviendo. Mundo que es consecuencia de nuestros actos. A mi no me agrada vivir en un mundo competitivo y poco colaborativo. Y me pregunto ¿no será el momento de cambiar de paradigma? Que hay espacio para todos y para todo, no necesariamente todos debemos ir en pos de lo mismo que es, a mí entender, lo que ocurre actualmente.

Observo que en cualquier espacio se fomenta la cultura de la competitividad. Cultura que va penetrando sin parar en nuestra vida cotidiana. Cultura que va apartando al más “débil”. Cultura que nos puede conducir a la manipulación incluso de personas, como meros objetos al estilo “buffet libre” (escoja esto y deseche lo otro) o “kleenex” (usar y tirar).

El sistema educativo favorece la competitividad, de manera más o menos explícita. Desde el instante en que los niños acuden al colegio, en la misma puerta de entrada hay competitividad y en la interacción en el aula ésta se amplifica. La competitividad se muestra por el afán de entrar primero al aula, elegir el “mejor” sitio, el “mejor” tema, la “mejo” compañía, lo “mejor” de lo que esa, recibir la “máxima” nota, etc. Y cuando hay que enseñar comportamientos relacionados con la amistad, la generosidad, la colaboración…, hay que hacerlo por medios transversales, como materia añadida: una más. Como algo más no como algo que está sino como algo que se espera. No como algo fundamental que se vive compartiendo cualquier materia, como geografía o química, por ejemplo.

A mí me viene a la memoria aquel juego de la silla. Juego que consiste en sentarse lo más rápido posible en una silla. Así pues, se ponen sillas en círculo y cada uno de los participantes va dando vueltas en torno a las sillas mientras se escucha música de fondo y, en el momento que ésta cesa cada uno debe rápidamente sentarse en la silla más próxima. En el juego siempre hay más personas que sillas, por tanto, siempre queda alguien sin poder sentarse. Cuando alguien se va, se lleva también su silla de tal modo que siempre falta alguna silla al haber más participantes que sillas. Ahí tenemos una muestra competitiva que evoca una situación muy común. Pero, podemos dar la vuelta a esa situación retirando sillas, no participantes. Es decir, cambiando las reglas del juego. Al final no quedan sillas, no obstante, todos los participantes jugaron.

La manera de salir de la estructura competitiva de unos contra otros es reflexionar cómo no caer en sus trampas, y lo que hacemos en esa estructura ya que todos estamos embutidos en ella. Nos afecta a todos. Desde esa conciencia podemos descubrir las trampas y los problemas de tal modo que podemos superar en la práctica la propia dinámica del sistema, al menos en nuestro entorno más próximo: en el aula